La frase que acuñó Peter Drucker “la cultura se come a la estrategia en el desayuno”, ha sido sumamente empleada por líderes organizacionales, sobre todo por Mark Fields, de la compañía Ford, en 2006.
Sin embargo, ¿Cómo podemos entenderla dentro de nuestra organización? ¿Es una frase que solo aplica a líderes?
Podemos empezar por reconocer el papel de la cultura en las organizaciones.
El término cultura puede sonar como algo abstracto, poco comprensible o incluso demasiado general para poderlo aplicar. A pesar de ser un término muy utilizado, pocas veces se comprende.
La cultura es lo que define y distingue a una organización de otra. Son todas aquellas normas, creencias, rituales, códigos y valores que, compartidos, guían la actitud y el comportamiento de los colaboradores.
Podríamos decir que es como la “identidad” de una organización. Todas las personas tenemos particularidades que nos distinguen de otros: nuestro ADN, nuestros rasgos físicos, el conjunto de habilidades, aptitudes, actitudes, emociones, nuestro estilo de comunicación, y demás características específicas que nos hacen ser quien somos.
Las organizaciones tienen dos componentes que generan identidad, la cultura organizacional y la estrategia organizacional, ambas deben ser definidas con claridad y ser desarrolladas consistentemente a lo largo del tiempo.
Hoy en día, existe un sinnúmero de avances tecnológicos, corrientes de Management, y demás soluciones para fortalecer la “cultura” y sacarle el mejor provecho. Sin embargo, muchas veces las adoptamos sin conocer todos estos aspectos que nos definen y nos constituyen como organización. Lo cual podría poner en riesgo el éxito organizacional.
Me refiero a que el establecer la cultura por debajo de la estrategia de negocio, puede implicar un riesgo en dirección a los objetivos o metas.
Es como si tratáramos de construir un edificio en una superficie con características y composiciones desconocidas. ¿Cómo construir los cimientos sin saber la profundidad que tenemos para excavar? ¿Cómo construir una estructura de toneladas en un terreno donde quizá no es firme?
Por esta razón, la cultura constituye el elemento principal sobre el cual diseñar y montar la estrategia de las organizaciones. Si no se cuenta con un entendimiento de quiénes somos y hacia dónde vamos, de nada sirve una estrategia sofisticada y ambiciosa.
Podemos tener toda una estrategia configurada para poder hacer realidad la visión organizacional, sin embargo, si nuestra cultura presenta elementos que impiden la consecución de los objetivos, o si dentro de nuestra cultura no existe confianza, en lugar de avanzar, puede obstaculizar el camino.
Es cuando miramos hacia adentro y analizamos los elementos de nuestra cultura en donde podemos encontrar las respuestas de cómo mejorar como organización y gestionar la visión estratégica.
Una vez que se tiene definida nuestra cultura actual y la cultura que aspiramos tener con base en la visión, es indispensable contar con el cemento que pueda mantener los elementos conjugados, y que pueda mantener la estructura cultural sólida. Este elemento fundamental es la confianza.
Lo decía Stephen Covey: “La única ventaja competitiva sostenible que perdura, es aquella que nace de una cultura organizacional de alta confianza, centrada en principios, con personas comprometidas y alineadas con una visión común”.
Para mantener esta ventaja competitiva estable y asegurar que la confianza sea reabastecida continuamente y perdure en el tiempo, es que sea un tema contemplado por todos los actores organizacionales y no se deje en manos solamente de los líderes.
Todos somos organización y todos somos cultura, por lo que es lo que más debiese cobrar importancia para entonces cumplir todo tipo de estrategia. Y para que esta pueda ser fortalecida, es necesario activar la confianza en todos los niveles organizacionales.
La clave está en aprovechar este campo fértil y revelar todo lo que podemos lograr al volcar nuestra mirada a nosotros mismos como organización… mientras tenemos tiempo de hacerlo. Después de todo vivimos en un mundo donde el cambio no es opcional, sino determinante.